En un momento en que los fallecimientos sobrepasan ampliamente a los nacimientos en España y en Europa, y la edad media de la población no deja de crecer, la idea de que la inmigración puede ser la tabla de salvación del sistema de pensiones aparece de forma recurrente en el debate público. Para Óscar Arce. director general de Economía del Banco Central Europeo, la llegada de extranjeros ayudará, pero no será suficiente, y es necesario un enfoque holístico, en distintos niveles, para garantizar su sostenibilidad. “La inmigración puede alterar algo esta tendencia [al envejecimiento], pero no la va a revertir“, ha dicho durante las XI Jornadas de Pensiones Ibercaja, organizadas por CincoDías en colaboración con Ibercaja.

El español, que desde febrero de 2022 ocupa un puesto estratégico en el BCE, ha insistido en que el envejecimiento se dejará sentir en todos los ámbitos de la vida económica, suponiendo “una perturbación de la capacidad productiva de primerísimo nivel”. Para ilustrarlo, citó algunas cifras: el coste del envejecimiento aumentará en 1,3% del PIB entre 2022 y 2050, de los cuales más de la mitad, siete décimas, corresponderá al gasto en pensiones, elevando así la presión sobre las cuentas públicas; la población en edad de trabajar caerá en la zona euro en 19 millones de personas hasta 2050, lo que implica la desaparición en menos de tres décadas de un 9,2% de la fuerza laboral; y mientras los mayores de 65 años sumarán 28 millones de ciudadanos, los jóvenes menores de 19 años caerán en seis millones.

La respuesta ante este terremoto demográfico, con importantes consecuencias en el gasto en pensiones, cuidados y sanidad, ha de ser, en su opinión, multifactorial, poliédrica. “No parece que exista una única palanca para asegurar el funcionamiento del sistema de forma duradera y equitativa”, advirtió. Entre ellas, mencionó la necesidad de “recalibrar gastos e ingresos”, aumentar el crecimiento potencial de la economía, mejorar la formación de los trabajadores mayores, y desplegar políticas que faciliten que los inmigrantes adquieran las capacidades que demandan los mercados laborales en Europa.

En todo ese puzle del envejecimiento, del que remarcó que las pensiones son solo una pieza, de las más importantes, pero no la única, hay un elemento que puede dar un vuelco a la situación. “No debemos olvidar que las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, supone una oportunidad prometedora, incierta, pero prometedora, para acabar con la tendencia negativa de productividad y es un tren que no podemos perder”, afirmó.

El problema del creciente gasto en pensiones llega además en un momento especialmente inoportuno. Porque como recordó Arce, al gasto en digitalización y transición energética ya en marcha, ahora se suman cuantiosas inversiones en defensa que no estaban previstas, en un entorno de rearme en Europa tras la invasión rusa de Ucrania. El margen fiscal, además, ya se vio dañado con las medidas tomadas para combatir la pandemia, a la que siguió una crisis inflacionista por el alza de los precios de la energía a la que muchos Estados respondieron otorgando ayudas.

Con la deuda en niveles especialmente altos, y la necesidad de seguir gastando sobre la mesa, el tipo de interés es un factor clave para la financiación de Estados, empresas y hogares. Y Arce señaló que aunque el precio del dinero ha bajado en el último año, se ha alejado de esos niveles cercanos a cero en los que se mantuvo tras la pandemia, por lo que el dinero gratis es cosa del pasado.

¿Inflacionista o desinflacionista?

En su rol más apegado a la política monetaria, Arce reconoció que hay dudas sobre los efectos del envejecimiento sobre los precios. En el pasado se daba por hecho que era desinflacionista porque los mayores consumen e invierten menos y piden menos créditos, lo cual reduce la presión por el lado de la demanda. Pero tras la pandemia, esa percepción no está tan clara. “Hemos visto que la escasez de mano de obra, la dificultad del relevo generacional, ha generado cuellos de botella, porque mucha gente se jubila y es difícil encontrarles reemplazo. Eso ha provocado una presión alcista sobre los salarios que se ha traducido en tasas de inflación más altas”, explicó. Es decir, al reducirse la oferta de trabajadores, hay más competencia por ellos, y las empresas deben pagar más para atraerlos.

Las reformas introducidas en la pasada crisis del euro para mejorar la empleabilidad de los mayores han aliviado en parte esos cuellos de botella. “La tasa de participación de los mayores ha aumentado en los últimos años, de manera contraria a lo sucedido en EE UU con la Gran Renuncia. En Europa no hemos visto eso. hemos visto más participación en el mercado de trabajo, y eso son buenas noticias”, comparó Arce

La realidad por venir, sin embargo, sigue siendo desafiante en lo demográfico. “España, como el resto de la UE está envejeciendo de una forma muy rápida, y lo va a seguir haciendo de forma intensa en las próximas décadas”, resumió.



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