El debate público sobre la calidad del empleo en España se ha instalado en una narrativa simplista que resulta cada vez más insuficiente para comprender la realidad de nuestro mercado laboral. Una percepción simplista apuntaría a que el grueso del empleo creado en los últimos años sería, fundamentalmente, precario y mal remunerado. Esta visión, aunque comprensible dadas las preocupaciones legítimas sobre temporalidad y bajos salarios en ciertos sectores, y sobre la precariedad laboral instalada en nuestro país especialmente al estallar la Gran Recesión de 2008-2012, omite una parte fundamental de la historia que no es exclusiva de nuestro mercado de trabajo: el mercado laboral español está experimentando un proceso de polarización que genera simultáneamente empleos de alta cualificación y buenos salarios junto a ocupaciones en el extremo inferior de la distribución salarial.

Los datos de la Encuesta de Población Activa y la Encuesta de Estructura Salarial de 2022 revelan este perfil. Aunque me centro en esta ocasión en el período más reciente, no pocos estudios echan la mirada hacia atrás y revelan esta dinámica con causas muy determinadas y estudiadas. Así, entre 2023 y 2025, las ocupaciones mejor remuneradas, identificadas por su código de clasificación nacional de ocupaciones (CNO), han experimentado un crecimiento notable: los técnicos y profesionales científicos e intelectuales, con un salario bruto anual medio superior a los 43.000 euros, han aumentado su presencia en casi 450.000 personas, lo que representa un incremento del 22,5%. Los directores y gerentes, cuyo salario medio ronda los 65.000 euros anuales, crecieron un 9% y los empleos técnicos, con salarios superiores a 33.000 euros, al 10%. Estos no son datos marginales ni anecdóticos; las cinco ocupaciones con mayores salarios aumentaron en 834.000 empleos en apenas dos años y medio, un 47% del aumento de la ocupación total en este período.

Variación del empleo por ocupación y nivel salarial (Diagrama de dispersión)

Pero no se puede obviar que simultáneamente a este aumento también ha habido un crecimiento significativo en ocupaciones de menor remuneración. Los trabajadores de servicios de restauración y comercio aumentaron en más de 329.000 personas, con salarios medios en torno a los 16.500 euros anuales. Las cuatro ocupaciones elementales de menores salarios (inferiores a 20.000 euros anuales) sumaron 615.000 nuevos puestos. Así, dos tercios del empleo se crearon en ambos extremos opuestos de la distribución salarial lo que apunta, aunque con cierta dificultad dado el breve período de tiempo en el que se analiza, a una cierta continuidad en la polarización del mercado de trabajo.

Lo que resulta especialmente revelador, e insisto más evidente cuando comparamos años más alejados, es el menor crecimiento de las ocupaciones intermedias. Los empleados de oficina aumentaron a un ritmo mucho menor, con un aumento de 121.000 empleados, apenas crecieron un 5,8%, mientras que instaladores y operadores de maquinaria registraron una caída de un 0,7%. Esta debilidad en el crecimiento del empleo en el centro de la distribución ocupacional no es casual ni específicamente española; responde a fenómenos documentados en las economías desarrolladas que, aunque en solo dos años es difícil de identificar, sí se ha hecho para períodos anteriores y más amplios.

En primer lugar, el cambio tecnológico actúa como un tamiz selectivo sobre el mercado laboral. Antes de la llegada de la inteligencia artificial (IA), la automatización de las tareas rutinarias y codificables, independientemente de si son manuales o cognitivas, resultaban relativamente fáciles de sustituir. Un operario de montaje repitiendo secuencias estandarizadas o un empleado administrativo procesando documentos según protocolos establecidos enfrentan un riesgo elevado de sustitución tecnológica. No porque su trabajo carezca de valor, sino porque su naturaleza repetitiva permite la programación algorítmica. Y es eficiente sustituirlo por una máquina.

En contraste, las ocupaciones en los extremos de la distribución presentan una mayor resistencia a la automatización por razones distintas. En el extremo superior, los profesionales científicos, médicos, ingenieros o directivos realizan tareas complejas, no rutinarias, que requieren capacidad de análisis, creatividad, toma de decisiones en contextos inciertos y habilidades interpersonales sofisticadas. Y aquí, aunque no de forma homogénea, la IA puede intensificar esta tendencia. Así, estas competencias, de momento, permanecen firmemente en el territorio de la ventaja comparativa humana. En el extremo inferior, ocupaciones como cuidadores, personal de limpieza o trabajadores de hostelería implican tareas manuales no rutinarias, adaptabilidad a contextos cambiantes e interacción personal que, aunque técnicamente podrían automatizarse, resultan económicamente poco rentables de robotizar dado su bajo coste salarial.

Este proceso de polarización tiene implicaciones profundas para la estructura social y la distribución de la renta. La debilitación de las ocupaciones intermedias tradicionalmente asociadas a la clase media—administrativos cualificados, técnicos especializados, operarios industriales— ya erosiona un pilar fundamental de cohesión social. Históricamente, estos empleos proporcionaban trayectorias predecibles de movilidad ascendente, estabilidad económica y capacidad de consumo que sostenía la demanda agregada. Su declive relativo plantea interrogantes sobre las oportunidades de progreso para amplios segmentos de la población.

Sin embargo, reconocer la polarización no implica una resignación fatalista ante una supuesta precarización universal. Los casi tres millones de nuevos empleos creados en el período analizado incluyen una proporción significativa de ocupaciones bien remuneradas y de alta cualificación. Ignorar esta realidad conduce a diagnósticos incompletos y, por tanto, a propuestas de política pública potencialmente inadecuadas.

El fenómeno adquiere complejidades adicionales cuando se considera la dimensión migratoria. Podríamos pensar que los flujos migratorios se concentran preferentemente en las ocupaciones del extremo inferior de la distribución salarial, actuando como válvula de escape para sectores con dificultades estructurales de atracción de trabajadores nacionales. Esto no convierte automáticamente estos empleos en precarios, aunque muchos efectivamente lo son, sino que refleja las diferentes trayectorias y restricciones que enfrentan trabajadores con distintos orígenes y dotaciones de capital humano reconocido en el mercado laboral español. Sin embargo, y a pesar de ello, muchos trabajadores inmigrantes han obtenido el empleo en ocupaciones de no necesariamente bajos salarios, no estando tan clara esa masificación en empleos de baja cualificación.

Aumento del empleo por grandes grupos de ocupación y por nacionalidad del empleado (Barras apiladas)

Las implicaciones para las políticas públicas son claras. Primero, es imperativo invertir en la formación continua y recualificación de trabajadores cuyas competencias enfrentan obsolescencia tecnológica, proveyendo rutas de movilidad ocupacional. Segundo, es necesario fortalecer la protección social y las instituciones laborales para mitigar los efectos adversos de estos ajustes estructurales.

El debate público ganaría en profundidad abandonando narrativas simplificadoras que retratan el mercado laboral exclusivamente como precarización generalizada. La realidad es más compleja. Comprender la polarización como fenómeno estructural vinculado al cambio tecnológico, más que como resultado de políticas malintencionadas, permite diseñar respuestas más efectivas. Reconocer que se crea empleo de calidad no niega la precariedad en ciertos sectores. Ambas realidades coexisten y requieren atención diferenciada. Solo desde esta comprensión matizada podremos articular las políticas que el mercado laboral del siglo XXI requiere.



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