Calles abarrotadas, flujos constantes de mercancías y comerciantes, obras majestuosas… La Antigua Roma fue la primera ciudad del mundo en alcanzar el millón de habitantes, entre los siglos I y II d. C. Ese hito coincidió con una etapa de apogeo económico que, salvando las distancias, sirve para ilustrar el papel estratégico de la demografía en el crecimiento: a mayor población, mayor actividad y mayores necesidades de abastecimiento. Hoy somos más que nunca —8.300 millones de personas— y también más ricos que nunca. A la expansión demográfica se ha sumado una mejora sostenida de la productividad, que ha impulsado las rentas muy por encima del crecimiento de la población.

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Pero hay otra cara de la moneda: ese crecimiento no se ha repartido de forma equitativa y una pequeña parte de la población se queda con un trozo desproporcionado de la tarta.

El 10% de la población acapara más de la mitad de los ingresos globales y tres cuartas partes de la riqueza, según los cálculos de más de 200 investigadores afiliados al Laboratorio Mundial de la Desigualdad y plasmados en la última edición del World Inequality Report, publicado esta semana. El dato lleva a otra conclusión: quienes más se han beneficiado de la mejora generalizada que se ha registrado en las últimas décadas son precisamente aquellos que más tienen, cuya fortuna ha crecido más deprisa que la del resto.

El 1% de la población global (56 millones de personas) posee más riqueza que el 90% más pobre. Es una situación que se repite en todo el mundo, “lo cual revela que la desigualdad no es una anomalía, sino una característica estructural de nuestro sistema”, comenta Ricardo Gómez Carrera, coordinador del informe junto a Lucas Chancel, Rowaida Moshri y Thomas Piketty, referencia en las investigaciones sobre la desigualdad y las dinámicas del capital. La macrorradiografía concluye que las rentas y los patrimonios que más han crecido en los últimos 30 años son aquellos que se colocan en la cima de ese reducido grupo, del 0,001% para arriba.

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Los ricos son más ricos

El informe, que ha llegado a su tercera edición, es un estudio que aborda la evolución histórica de la riqueza y de la renta, su relación y redistribución, las brechas en ámbitos clave, como el género y el clima, y el rol de la fiscalidad en la generación de los desequilibrios actuales.

Las rentas crecieron de manera espectacular en la época de la posguerra, entre 1950 y 1980. Europa estaba en plena reconstrucción, Estados Unidos se había convertido en la fábrica del mundo y los tigres asiáticos empezaban a rugir. Para mediados de los noventa, el mundo surfeaba la ola de la globalización y en todas las regiones se registraron aumentos notables en la riqueza nacional neta, pero con grandes diferencias.

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La desigualdad se ha exacerbado especialmente en los extremos. El 50% más pobre recibe el 8% de los ingresos globales, el mismo porcentaje con el que se queda el 0,1% más pudiente. En riqueza (el capital acumulado bajo forma de propiedades, acciones u otros activos) la instantánea es todavía más desequilibrada: la mitad más pobre solo concentra el 2% del patrimonio global, mientras que el 0,1% se queda con el 19%.

“El crecimiento económico está bajando, sobre todo en los países desarrollados. Y ese menor crecimiento, comparado con las décadas de los 50, 60, 70, está además más concentrado en las partes altas de la distribución”, resume Luis Bauluz, profesor de Cunef y coordinador de las series de riqueza del Laboratorio Mundial de la Desigualdad. En las tres últimas décadas, el 0,001% de la población ha aumentado su peso en el reparto del patrimonio mundial. Concentra en sus manos del 6% de la riqueza, tres veces más de la mitad más pobre, frente a cerca del 4% que poseía en 1995.

Ese aumento de la riqueza se ha concentrado casi por completo en manos privadas, tanto de individuos como de corporaciones. No es casualidad que haya más milmillonarios ahora que nunca, en paralelo a la expansión de las grandes multinacionales y los gigantes tecnológicos. Son más de 3.000, según la revista Forbes, la cifra más alta desde que empezó a confeccionar su lista de megarricos en 1987. También la fortuna que han acumulado está en máximos, más de 16,1 billones, cerca de 10 veces el PIB de España. Al mismo tiempo, la posición de los Estados se ha deteriorado.

El patrimonio privado medido como porcentaje de la renta avanzó unos 150 puntos entre 1995 y 2025, pasando de representar el 350% de los ingresos mundiales a más del 500%. La riqueza de los Estados, en cambio, se ha quedado estancada entre un 80%-90%, una posición que implica un menor margen para los Gobiernos a la hora de invertir en bienes y servicios.

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Las brechas persisten

Los multimillonarios son cada vez más ricos también porque se han favorecido en los últimos años “de una ola de privatizaciones”, apunta Gómez Carrera. Ese movimiento “ha hecho que se acumule en manos privadas un dinero que antes era público. Además, el precio de los activos financieros, que poseen ellos y no el resto, ha crecido más deprisa que los ingresos de las familias”.

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España, como el resto de Europa, no tiene una situación tan sangrante como la que se registra en otras latitudes. Ha experimentado una contención marcada de la desigualdad a lo largo del siglo pasado, pero se ha estancado en las últimas décadas. Susana Ruiz, responsable de Fiscalidad Internacional en Oxfam Intermón, incide sobre otra dimensión: la velocidad a la que está engordando el patrimonio de los más acaudalados. “Hay una mini élite de 32 individuos cuya fortuna, por encima de los 1.000 millones de dólares cada uno, ha crecido un 21,5%”, explica. “La percepción de este súpercrecimiento de la riqueza es una de las razones de la polarización en nuestro país, si tenemos en cuenta que la gran mayoría de la población sufre por el elevado coste de vida, que hace que a pesar del crecimiento económico se viva peor”.

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Gómez Carrera abunda en la misma línea: la influencia política de los más ricos es mucho mayor que la del resto. “Lo vemos en Donald Trump o en Elon Musk, que entendieron que en esa clase trabajadora que no se siente representada o se ve abandonada había un capital político a captar”. De hecho, una de las grandes conclusiones del informe es la fragmentación política: “Las zonas rurales no votan igual que las ciudades. Las primeras se inclinan cada vez más a la derecha y la explicación es que la población de estas zonas rurales se ha sentido rezagada, abandonada y con menos servicios públicos”.

A día de hoy, la mitad más pobre de la población tiene como mucho el 5% de la riqueza regional en todas las partes del mundo. En cambio, el 1% más acaudalado controla entre el 25% de Europa —donde la clase media se queda con un significativo 37%— y el 46% de Rusia y Asia Central. En los últimos 30 años, la gran protagonista ha sido China: su participación en este club de privilegiados se ha expandido. “Es verdad que se está produciendo un crecimiento muy fuerte y en cierta medida un crecimiento desigual, pero en países como China está siendo suficiente para sacar de la pobreza extrema a millones de personas”, matiza Bauluz.

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La desigualdad es transversal

La desigualdad persiste cuando se examinan las diferencias por género. Dos siglos de transformación económica y social no han bastado para cerrar una brecha que se evidencia tanto en el tiempo de trabajo como en la recompensa económica por este. A nivel global, las mujeres trabajan más y cobran menos: concentran un 55% del tiempo de trabajo –doméstico y económico–, pero perciben un 28% de los ingresos.

En todas las regiones, las horas invertidas por las mujeres en trabajo doméstico no remunerado superan con creces el de los hombres. La mayor diferencia se da en Oriente Medio y el norte de África, donde las mujeres dedican seis veces más tiempo a estas tareas. La brecha es menor —aunque aun notable— en Europa y en América del Norte y Oceanía, donde el trabajo doméstico de las mujeres casi duplica al de los hombres.

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Las mujeres no cobran lo mismo que los hombres en ninguna región del mundo. En África subsahariana, por cada 100 euros de salario masculino, las mujeres ganan unos 66; en Europa, alrededor de 75.

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El clima no es excepción. En este ámbito, el informe contempla las diferencias entre las emisiones atribuibles a cada nivel de riqueza, siempre mayores entre los más ricos. Pero además de la contaminación asociada a los bienes y servicios que consumimos, contempla la de la propiedad de los activos que se emplean para producirlos.

Si se toma como referencia el consumo, el 10% más rico genera un 47% de las emisiones de gases de efecto invernadero; cuando se considera la propiedad, la cifra sube al 77%. “El individuo medio del 1% más rico emite más de 25 veces más que el ciudadano medio”, subraya el estudio.

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Un sistema fiscal que no se ajusta a la realidad

El documento también saca a la luz las paradojas de los sistemas fiscales, que se convierten en regresivos justo en la parte más alta de la distribución. Eso significa que los más ricos, proporcionalmente, tributan menos que las rentas inferiores.

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“En Francia y Países Bajos, la tasa efectiva del impuesto sobre la renta de los milmillonarios cae casi a cero debido a la evasión fiscal. En Estados Unidos, las reglas antievasión mantienen las tasas de los milmillonarios algo más altas, pero aun así caen drásticamente en comparación con los grupos de ingresos medio-altos”, desglosa el informe, que abandera la idea de un impuesto mínimo del 2% sobre el patrimonio de los multimillonarios propuesta por el economista francés Gabriel Zucman. Este gravamen restituiría progresividad a los sistemas fiscales con una recaudación de entre 200.000 y 250.000 millones de dólares al año, según los cálculos del propio Zucman.

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La propuesta tiene partidarios, pero también muchos detractores. La tasa se intentó introducir en Francia, pero el Senado la tumbó tras una masiva protesta del sector empresarial. “Estamos más cerca de tener el primer billonario del planeta que de acabar con la pobreza, porque a mayor desigualdad, más difícil será atajar la pobreza. Pero no es por falta de recursos, hay dinero suficiente. Por eso incomoda tanto las corrientes que emergen para que los superricos paguen más”, concluye Ruiz.



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