El spot navideño de Galp narra la historia de una familia y de un pequeño pero significativo ritual navideño que se perpetúa a lo largo del tiempo.
En Navidad las emociones suelen estar a flor de piel y muchas marcas juegan deliberadamente a poner al espectador al borde de las lágrimas (e incluso a provocarle un llanto absolutamente incontrolable). Sin embargo, este año la emoción está siendo más bien contenida (y probablemente poco reseñable) en la publicidad nacida al calor de la Navidad. Hay, no obstante, anuncios que se las ingenian para destacar entre la multitud en ese mar de uniformidad (más o menos sentimentaloide) que es la publicidad navideña. Y el spot navideño de la empresa energética portuguesa Galp es sin lugar a dudas uno de ellos.
Resulta, al fin y al cabo, prácticamente imposible contemplar el anuncio de Galp sin que las glándulas lacrimales del espectador no se vean afectadas (aunque solo sea un poco). El spot de la compañía lusa, cuya duración es de aproximadamente 100 segundos, narra la historia de una familia y de un pequeño pero significativo ritual navideño que se perpetúa a lo largo del tiempo (y que trasciende incluso la muerte).
En el anuncio, que lleva la rúbrica de la agencia Bar Ogilvy, el padre de familia decora todos los años el árbol de Navidad con luces que almacena en una caja emplazada en el garaje. Al principio el padre y su esposa son todavía jóvenes y su hija es también muy pequeña. La televisión de tubo en blanco y negro, el viejo coche aparcado en el garaje e incluso la regleta de la luz revelan que las primeras escenas del spot están probablemente ambientadas en los años 70.
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El tiempo pasa, sin embargo, y todo en el anuncio se impregna de un aura mucho más moderna, lo cual deja notar en el automóvil (más estilizado y elegante), en el televisor (reemplazado por una Smart TV) y también en la regleta (que da paso a un modelo más actual). Solo una de las luces del árbol de Navidad, que para desesperación del padre de familia jamás logra encenderse, se mantiene invariable con el paso del tiempo.
Los protagonistas del spot no son tampoco inmunes al paso del tiempo y, notablemente envejecidos, se tornan mucho más frágiles. En la última escena del anuncio de Galp el ritual anual de las luces del árbol de Navidad protagoniza un triste viraje porque quien inició ese ritual, el padre de familia, ya no está y es su esposa la que toma su relevo para mantener viva la tradición.
Mientras la madre decora junto a su hija el árbol de Navidad, a la luz que tantos problemas daba todos los años le cuesta nuevamente encenderse y emite al principio solo un frágil y titilante destello. Sin embargo, cuando la madre decide golpearla suavemente, la luz se enciende por fin con decisión (como si detrás de ese pequeño milagro estuviera el padre fallecido). Y la madre y la hija no pueden sino prorrumpir en lágrimas (como habrán hecho probablemente también muchos espectadores al contemplar el anuncio de Galp).
«La energía de la Navidad nunca se apaga» es la frase que pone colofón al emotivo spot de Galp, que demuestra que en la publicidad navideña es posible aún conjurar la emoción con mayúsculas.































