
La Unión Europea se encuentra ante el gran desafío de defender lo que, en un principio, fue el germen de su nacimiento con la declaración Schuman de mayo de 1950. En ese entonces, el ministro de Exteriores francés, Robert Schuman, pronunció un discurso para la historia en el que propuso que el carbón y el acero producidos por Francia y Alemania tuvieran una administración conjunta, con el objetivo de fomentar la paz entre dos países históricamente enfrentados y que habían sido protagonistas del mayor conflicto bélico de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Ahora, la UE trata de defender a su maltrecha siderurgia del acero extranjero, sobre todo de China, que tiene una abundante sobreproducción más barata y contaminante a la que quiere dar salida, y contra la que la europea no puede competir sin barreras arancelarias.
La última propuesta de la Comisión Europea consiste en recortar las cuotas de importación libres de aranceles casi a la mitad (18,3 millones de toneladas) y duplicar la tarifa a pagar cuando se supera ese umbral, del 25% al 50%. La medida, celebrada por la patronal de siderúrgicas, Eurofer, supone acabar con la temporalidad de la medida de salvaguardia que la UE puso en práctica para proteger su industria de acero. Esto es algo que permite la Organización Mundial del Comercio (OMC) cuando se produce un aumento de las importaciones de un producto que causen un grave daño a un sector, algo que podría haber pasado si no se respondía a las medidas que tomó Trump durante su primer mandato presidencial en 2018.
En ese entonces, el magnate subió los aranceles a la importación de acero y aluminio a EE UU, lo que hizo que se desviara una buena parte de ese metal hacia Europa. La UE respondió con la medida de salvaguardia, pero esta podía aplicarse durante un máximo de ocho años, que caducan a mitad de 2026. Tras la propuesta de la Comisión, falta el visto bueno del Parlamento Europeo y de los Veintisiete, aunque para buena parte de la industria, la medida es insuficiente.
“Deja la puerta abierta a los derivados del acero, lo que pondría en peligro los 12.000.000 de puestos de trabajo europeos de toda la cadena de valor asociada”, se lamenta Fernando Espada, vicepresidente de Eurometal, la Federación Europea de Asociaciones de Comerciantes de Acero y Metal. “La industria siderúrgica va a estar protegida, pero no sus clientes. Hay que defender al que consuma acero europeo”, añade este empresario que a la vez es director general de Tata Steel Layde. Entre esos derivados a los que se refiere Espada se encuentran, por ejemplo, piezas del automóvil, paneles fotovoltaicos o diversa maquinaria. Según un informe de Eurometal, entre 2010 y 2024, las importaciones a Europa de derivados del acero se han más que triplicado, hasta el 213%, alcanzando las ocho millones de toneladas. Solo el sector del automóvil supone el 40% del total.
“Estos productos, aunque llevan mucho acero dentro, no entran en Europa como acero, sino como ‘bienes manufacturados’, y por tanto no están cubiertos por las mismas salvaguardias ni por los instrumentos de defensa comercial que sí afectan al acero bruto o semielaborado (…) En pocas palabras: el acero entra igual, pero disfrazado de producto terminado”, explica José Ignacio López Sánchez, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad CEU San Pablo.
La industria de derivados del acero, como los componentes de automoción, quieren que Europa también cierre esa puerta de atrás por la que se sigue colando el acero chino. “Estamos compitiendo con productos que no pagan lo mismo por sus emisiones, ni están sometidos a las mismas exigencias regulatorias que los que fabricamos en Europa. Esto está incentivando la deslocalización industrial y perjudica a quienes producimos en Europa”, se quejan desde Teknia, fabricante español de componentes para el automóvil.
Una de las razones por las que la UE aún no ha tomado medidas contra este tipo de productos es la cuestión jurídica. “En la Unión Europea, las medidas de defensa comercial, como las de tipo antidumping o antisubvención, se aplican producto a producto y requieren demostrar un perjuicio claro a la industria nacional. Esa prueba es especialmente compleja en el caso de los derivados, donde existe una gran atomización de productores y una cadena de valor fragmentada que dificulta acreditar el daño», señala Javier Montes Urdín, socio responsable del sector Advanced Manufacturing de EY España.
Intereses enfrentados con el automóvil
El juego de equilibrios que tiene que hacer la UE en este asunto es especialmente complejo, ya que una mayor protección de su acero también supone perjudicar a su industria del automóvil, un sector que sufre la alta competencia proveniente de China y que se quejó públicamente de la propuesta que la Comisión lanzó el mes pasado. “Lo definiría como una tensión entre dos necesidades legítimas, pero que tiran en direcciones opuestas. El sector de la automoción, que compite globalmente, necesita materiales y componentes baratos para mantener su competitividad. Si puede comprar una pieza metálica a un precio mucho más bajo fuera de Europa, tiene un incentivo claro para hacerlo. En cambio, la industria siderúrgica y parte de la auxiliar ven cómo el valor añadido que deberían generar ellas se está yendo fuera. Pierden pedidos, márgenes y capacidad productiva”, comenta López.
Tras conocerse la propuesta de la Comisión, también se pronunció Eurofer, que recordó que los niveles de utilización de los altos hornos europeos se encuentran en torno al 65%, algo insostenible y que provoca “despidos y cierres, mientras que un tercio de la demanda europea de acero se abastece con importaciones a bajo coste y con alta intensidad de carbono”. El objetivo final, indicó entonces esta asociación empresarial, es permitir que las plantas siderúrgicas vuelvan a operar con una tasa de utilización viable de entre el 80% y el 85%.
En la propuesta del Ejecutivo europeo se incluye, además, el estudio de una cláusula de fusión y vertido, a semejanza de EE UU, que permitiría rastrear el origen real de un material y que no se cuele acero chino como un metal proveniente de otro sitio. “Creemos que Europa debería avanzar en esa misma dirección para proteger su base industrial y garantizar una competencia justa y unas reglas comunes para todos”, piden en Teknia.
Además, López y Montes coinciden en la necesidad de acelerar el despliegue del CBAM, el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono, que penaliza la emisión de CO2 de algunos productos hechos fuera de la UE y del que los derivados quedan fuera. “Y, lo más importante, hay que invertir en la modernización del acero europeo, para que sea competitivo y bajo en emisiones. Europa puede protegerse, pero también tiene que reforzarse”, asegura López.































